Ya de regreso a mi nido y pasar más tiempo con Ignacio; me di cuenta que la casa, sus juguetes e incluso mi constante presencia, no le eran suficiente. Él quería explorar más allá de las fronteras de su casa... y cada vez más. Comencé por llevarlo más seguido al parque y era feliz encontrándose con sus amiguitos y compartir juegos con ellos. Fue en ese momento que decidí empezar mi búsqueda del nido ideal.
Recorrí varios nidos de la zona. En el que más me habían recomendado ya no había vacantes... ¡no lo podía creer! Y yo que sólo estaba averiguando para llevarlo recién a mitad de año, porque me parecía que era aún pequeño. Pero, no. Si no lo hacía en marzo era probable que tendría que esperar hasta el siguiente año. Cuando me di cuenta que debía decidir ya, me puse tensa porque hay muchísimas opciones y como madre, quieres que sea la mejor (en la medida de tus posibilidades, claro está) para tu hijo. Y ninguno me convencía. Como he trabajado en temas relacionados con la educación y tenía conocimiento de las diversas metodologías quería estar segura que el nido compartía el enfoque que a mí me parecía el mejor. En algunos casos, concidía en este punto, pero el local lo encontraba inseguro o poco cuidado o con aulas muy pequeñas hasta que encontré el ideal. No quedaba en el distrito en que vivo, pero cerca. Estaba feliz.
El primer día mi esposo y yo estábamos muy ilusionados. Ignacio, por el contrario, no sabía qué pasaba, por qué iba a ir tan temprano a la calle.
Recorrí varios nidos de la zona. En el que más me habían recomendado ya no había vacantes... ¡no lo podía creer! Y yo que sólo estaba averiguando para llevarlo recién a mitad de año, porque me parecía que era aún pequeño. Pero, no. Si no lo hacía en marzo era probable que tendría que esperar hasta el siguiente año. Cuando me di cuenta que debía decidir ya, me puse tensa porque hay muchísimas opciones y como madre, quieres que sea la mejor (en la medida de tus posibilidades, claro está) para tu hijo. Y ninguno me convencía. Como he trabajado en temas relacionados con la educación y tenía conocimiento de las diversas metodologías quería estar segura que el nido compartía el enfoque que a mí me parecía el mejor. En algunos casos, concidía en este punto, pero el local lo encontraba inseguro o poco cuidado o con aulas muy pequeñas hasta que encontré el ideal. No quedaba en el distrito en que vivo, pero cerca. Estaba feliz.
El primer día mi esposo y yo estábamos muy ilusionados. Ignacio, por el contrario, no sabía qué pasaba, por qué iba a ir tan temprano a la calle.
Apenas llegó, hizo clic con sus amiguitos, su miss, sus juegos. Estaba feliz. Era como ir al parque, pero más divertido porque la miss cantaba y podía pintar con témpera y agarrar goma y habían muchísimos juguetes nuevos.
Los primeros días las mamis nos quedábamos en el salón para acompañarlos en su adaptación. Luego, nos íbamos por ratitos fuera del salón. Era chistoso ver la cara de preocupación de todas. Sabíamos que nuestros hijos la estaban pasando bien (claro, los que no lloraban), pero lo cierto es que nos costaba alejarnos de ellos o saber que ya no eran unos bebes, que estaban creciendo más rápido de lo que nos tomaba disfrutar cada etapa de su vida. Y sí, la adaptación al nido nos costó más a algunas madres. Pero ver cada día la alegría en sus caritas al salir del nido y por las mañanas, sus ganas de ir al "paque" (así le dice al nido) para ver a "Caña", "Ati" y "Mana" (las auxiliares y su miss) llena mi corazón de felicidad y de tranquilidad al haber tomado una buena decisión.