Siempre pensé que la maternidad podía convivir perfectamente con el desarrollo profesional. Siempre... hasta que quedé embarazada. Es increíble que a tan solo unos meses de vivir esta maravillosa experiencia las perspectivas y prioridades que uno siempre tuvo se desdibujen y se empiecen a mezclar con otras, nuevas e inesperadas que nos desubican.
Digo inesperadas, porque nunca se me pasó por la cabeza convertirme en ama de casa, al contrario, soy una gran defensora de aquellas mujeres que luchan por su sitio en el mundo laboral, independientes y que buscan sentirse exitosas a nivel profesional. Mi madre siempre lo ha sido y la admiro por eso, así como a muchas otras mujeres.
El sábado pasado leí en la revista
Somos la columna de Jennifer Llanos sobre el fenómeno de las opt-out women. ¿Qué es este fenómeno? Pues, el de mujeres que a pesar de ser exitosas o sentirse satisfechas con su carrera optan por dejarla de lado para dedicarse a criar a sus hijos. Según el artículo, es un fenómeno que crece cada vez más en el mundo. Claro, más en países desarrollados donde las mujeres tienen mas opción a hacerlo.
Creo que muchas mujeres piensan igual que yo y que, por no sentirnos socialmente discriminadas (por decirlo de algún modo), no nos hemos permitido la opción de ser amas de casa en estos tiempos. Cómo serlo después de la lucha que han librado tantas mujeres por hacernos ganar el sitio que tenemos hoy en la sociedad. Sería casi, casi una traición. Cómo abandonar también una carrera ya hecha (en mi caso, trabajo desde los 18, es decir hace unos 11 años más o menos, para llegar a donde estoy) y dejarlo todo.
Pero, como dije antes, ahora me siento desubicada. Por un lado, quisiera criar a mi futuro hijo yo sola, no dejar que una nana u otros parientes me quiten ese privilegio. No quiero perderme de nada. Pero, al mismo tiempo siento que sin mi trabajo me faltaría algo. No sólo porque me gusta, sino también porque forma parte de mi espacio de desarrollo.