jueves, 9 de marzo de 2006

Braces

Ir al dentista me relaja. Aquella silla que muchos temen es, para mí, una invitación a adormecerme de la forma más placentera. Es por ello y porque la prima de mi esposo me ofreció hacerme un tratamiento de ortondoncia a muy buen precio que accedí a hacerlo.

El primer día fue realmente doloroso. En todo sentido. Lo más frustrante es no reconocer tu sonrisa en el espejo. Y la total e irreconocible nueva expresión de tu rostro. Lo segundo es soportar las heridas que se forman en las paredes de tu boca: reacción inmediata de rechazo a algo ajeno. Recuerdo que el primer día lloré y debía alejar la idea de coger un alicate y yo misma quitarme los fierros uno a uno. Pero resistí. Otro tema, bastante doloroso para mí, fue el no poder comer las cosas que más me gustaban: un buen bisteck, una hamburguesa, maní... Mis dientes simplemente habían perdido la fuerza para masticar. Y la pericia para besar desaparecía al no poder juntar los labios...

No me he llegado a acostumbrar a tenerlos. No me ha pasado lo que a otras personas "Vas a ver que con el tiempo, ni cuenta te das que los tienes puestos". Tuve que esperar seis meses para volver a comer una Bembos y eso, así de fácil, no se perdona. Aún así, ha valido la pena. Mis dientes se ven mucho mejor e incluso mi sonrisa es más agradable que cuando no tenía braces. Sólo espero poder ver el resultado final dentro de aproximadamente seis meses. Paciencia.

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